Queridos hermanos en Cristo:
Todos los años del 18 al 25 de enero se celebra la semana de oración por la unidad de los cristianos. Se trata de una iniciativa ecuménica para implorar al Espíritu Santo el don de la unidad.
La división de los cristianos es un escándalo mayor porque contradice directamente la enseñanza de Cristo y su deseo de que aquellos que hemos sido incorporados a El por el Bautismo seamos uno como El y el Padre son uno.
Como la unidad de la Iglesia es un don que debe pedirse, vivirse y custodiarse, la oración es indispensable, como lo explicaba el papa Benedicto XVI al concluir la semana de oración por la unidad de los cristianos en 2006.
“La aspiración de toda comunidad cristiana y de cada uno de los fieles a la unidad, y la fuerza para realizarla, son un don del Espíritu Santo y son paralelas a una fidelidad cada vez más profunda y radical al Evangelio. Somos conscientes de que en la base del compromiso ecuménico se encuentra la conversión del corazón, como afirma claramente el concilio Vaticano II: “El auténtico ecumenismo no se da sin la conversión interior, porque los deseos de unidad brotan y maduran como fruto de la renovación de la mente, de la negación de sí mismo y de una efusión libérrima de la caridad.”
“Dios es amor.” Sobre esta sólida roca se apoya toda la fe de la Iglesia. En particular, se basa en ella la paciente búsqueda de la comunión plena entre todos los discípulos de Cristo: fijando la mirada en esta verdad, cumbre de la revelación divina, las divisiones, aunque conserven su dolorosa gravedad, parecen superables y no nos desalientan. El Señor Jesús, que con la sangre de su Pasión derribó “el muro de separación”, “la enemistad”, seguramente concederá a los que lo invocan con fe la fuerza para cicatrizar cualquier herida…
Si ya desde el punto de vista humano el amor se manifiesta como una fuerza invencible, ¿qué debemos decir nosotros, que “hemos conocido el amor que Dios nos tiene, y hemos creído en él”?
El auténtico amor no anula las diferencias legítimas, sino que las armoniza en una unidad superior, que no se impone desde fuera; más bien, desde dentro, por decirlo así, da forma al conjunto. Es el misterio de la comunión, que, como une al hombre y la mujer en la comunidad de amor y de vida que es el matrimonio, forma a la Iglesia como comunidad de amor, juntando en la unidad a una multiforme riqueza de dones, de tradiciones…
El pedir juntos implica ya un paso hacia la unidad entre los que piden.
Ciertamente, eso no significa que la respuesta de Dios esté, de alguna forma, determinada por nuestra petición. Como sabemos bien, la anhelada realización de la unidad depende, en primer lugar, de la voluntad de Dios, cuyo designio y cuya generosidad superan la comprensión del hombre e incluso sus peticiones y expectativas. Precisamente contando con la bondad divina, intensifiquemos nuestra oración común por la unidad, que es un medio necesario y muy eficaz, como recordó Juan Pablo II en la encíclica Ut unum sint: “En el camino ecuménico hacia la unidad, la primacía corresponde sin duda a la oración común, a la unión orante de quienes se congregan en torno a Cristo mismo”…
Cuando los cristianos se congregan para orar, Jesús mismo está en medio de ellos. Son uno con Aquel que es el único mediador entre Dios y los hombres. La constitución sobre la sagrada liturgia del concilio Vaticano II se refiere precisamente a este pasaje del evangelio para indicar uno de los modos de la presencia de Cristo: “Cuando la Iglesia suplica y canta salmos, está presente el mismo que prometió: “Donde están dos o tres congregados en mi nombre ahí estoy yo en medio de ellos”…
Sí, queridos hermanos y hermanas, los cristianos tenemos la tarea de ser, en Europa y en medio de todos los pueblos, “luz del mundo.” Que Dios nos conceda llegar pronto a la anhelada comunión plena. El restablecimiento de nuestra unidad dará mayor eficacia a la evangelización. La unidad es nuestra misión común; es la condición para que la luz de Cristo se difunda más eficazmente en todo el mundo y los hombres se conviertan y se salven.
¡Cuánto camino nos queda aún por recorrer! Pero no perdamos la confianza; al contrario, con más ahínco reanudemos el camino juntos. Cristo nos precede y nos acompaña. Contamos con su indefectible presencia. A él le imploramos humilde e incansablemente el valioso don de la unidad y la paz.”
Fr. Roberto M. Cid