Queridos hermanos en Cristo:
El encuentro del Señor con el hombre ciego de nacimiento nos ofrece muchas aristas interesantes para la reflexión, tanto por el milagro en si mismo, como el proceso de aprendizaje que evidencia el ciego, la actitud de sus padres y de los fariseos. La pregunta que los discípulos formulan al Señor nos permite reflexionar sobre el problema del mal en todas sus manifestaciones y en particular sobre el sufrimiento de los inocentes. Se trata de una cuestión difícil de comprender y una de las objeciones a la existencia de Dios más difíciles de responder, sobre todo para los que afirmamos que Dios es amor y que toda la creación es obra de su amor.
Hay incluso buenos cristianos que a veces explícitamente y otras sin darse cuenta, proclaman a un dios vengativo, que responde a los agravios enviando males a la gente para satisfacer su sed de venganza. Claramente ese no es el Dios de Israel, el Dios de Jesucristo, el Dios verdadero que es amor y que por amor a la criatura asume nuestra condición humana, frágil y vulnerable, sometiéndose al poder de la muerte, justamente para destruir su poder.
Los discípulos parecieran pensar que la ceguera del hombre es retribución divina por su pecado o el de sus padres. Así lo evidencia la pregunta que le hacen a Cristo. El Señor rotundamente niega esto. La ceguera del hombre no es consecuencia directa ni del pecado del ciego ni de sus padres. Es ocasión para que se manifieste la gloria de Dios. Porque Dios no retribuye al pecador de esa manera, causándole sufrimiento físico. Al contario, Dios mitiga y deshace las consecuencias del pecado. La cruz de Cristo es el instrumento que Dios utiliza para romper el círculo vicioso del mal, librándonos del poder del pecado y de la muerte. Dios aborrece el mal en todas sus manifestaciones. Desea el bien de sus criaturas. Quiere que tengamos vida en abundancia, en plenitud, que nuestra alegría sea completa. ¿Como entender entonces la presencia del mal en el mundo y el sufrimiento del inocente?
Un punto de partida clave para entender mejor la naturaleza del mal es reconocerlo como una privación. Lo que existe es bueno en sí mismo por el solo hecho de existir. El mal se presenta como una carencia, como una imperfección. Así como el frío es el resultado de la ausencia de una fuente de calor, así también el mal es la privación de un bien.
Además, hay que distinguir entre el mal moral y el mal natural. Este último es más difícil de entender porque involucra directamente el sufrimiento del inocente. Obviamente no es bueno ni deseable ser ciego de nacimiento. Justamente la ceguera es la privación de un bien que es el sentido de la vista. Ahora bien, el hombre no había nacido ciego porque Dios lo castigara a él o a sus padres, sino que, dada la naturaleza humana, es posible nacer ciego, es posible que haya alguna malformación en un órgano o que contraigamos una enfermedad. Eso no hace que el que sufre una enfermedad sea menos persona, ni menos deseable, ni peor que otro. El próximo martes 21 de marzo es el día mundial del Síndrome de Down. Pensemos en el amor que reciben tantos padres de sus hijos con Síndrome de Down, la alegría que su presencia y cariño trae a tantas familias.
Es un poco más fácil entender el mal moral en función de la libertad del hombre, don de Dios que El mismo respeta escrupulosamente. El Señor nos ofrece la asistencia de la gracia en todo momento para que obremos el bien, conforme a la verdad y la belleza. Sin embargo, en la interacción misteriosa que se da entre la gracia de Dios que se ofrece y la libertad del hombre, es posible que uno rechace la gracia y llegue a obrar de manera contraria al bien, a la verdad y a la propia naturaleza humana. Eso es precisamente el pecado, cuyas consecuencias siempre afectan al pecador y también a otras personas. Pensemos en una persona que conduce alcoholizada. Dios no quiere que lo haga y le ofrece toda la asistencia necesaria para que no lo haga. Si lo hace, es posible que cause un accidente del que salga lesionado e incluso afecte a otras personas que padecerán, ya sea porque son víctimas de ese acto o porque aman al conductor alcoholizado y sufren porque este ha quedado gravemente herido o ha sido arrestado por conducir borracho. Dios aborrece el mal, pero dado que el hombre rechaza la gracia y obra contrariamente a la voluntad divina, Dios no permitirá que el mal aniquile al hombre. No es que el mal sea un instrumento de Dios, sino que, en presencia del mal, Dios se las ingeniará para que el bien prevalezca.
La penitencia, la oración y las obras de misericordia, que practicamos con especial intensidad durante la Cuaresma, nos hacen más sensibles a la gracia, al sufrimiento del inocente y a la necesidad de redención que todos tenemos y que se nos ofrece como don gratuito en Cristo, Luz del Mundo, cuya Pasión, Muerte y Resurrección, transforman y dan sentido a toda la realidad, incluyendo el sufrimiento y la muerte.
Fr. Roberto M. Cid